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Los expertos, contrarios al abuso de la «pastillita» frente a la ansiedad y el estrés


Los expertos, contrarios al abuso de la «pastillita» frente a la ansiedad y el estrés
Critican el elevado consumo de fármacos tranquilizantes en España y previenen sobre el hecho de que «crean adicción en lugar de curar la enfermedad»

La Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés ha alertado sobre el elevado consumo de tranquilizantes en España, especialmente porque «la pastillita crea adicción en lugar de curar la enfermedad». El psicólogo Ricardo Ros, autor del libro «Stop Ansiedad», se ha sumado a esta tendencia critica, al recordar a los médicos del Sistema Nacional de Salud que es necesario poner fin a este abuso, teniendo en cuenta que España duplica a países como Alemania y Holanda en el recurso a estos fármacos.
El 15,5 por ciento de los españoles toma tranquilizantes a lo largo del año, una tasa que es todavía superior en el caso de personas con ansiedad y pánico, puesto que más de la mitad se consuela con medicamentos. Según la citada Sociedad, la media europea es del 12,3 por ciento (8,2 en varones y 16 en mujeres) en una clasificación encabezada por Francia, con el 19,2, seguida de España (15,5), Italia (13,7), Bélgica (13,2), Holanda (7,4) y Alemania (5,9).
Un informe de la Dirección General de Farmacia reconoce que en sólo cinco años el uso de ansiolíticos ha aumentado casi en un 40 por ciento. El consumo de estas pastillas, según Sanidad, ha pasado de 23 millones de envases a 33 millones en un quinquenio, lo que significa que al departamento que dirige Bernat Soria le cuesta curar la ansiedad de los españoles 231 millones de euros.
Faltan profesionales
«Con ese dinero se podría pagar el sueldo de más de 9.000 psicólogos y psiquiatras», ha comentado Ros, quien ha lamentado que la Administración del Estado siga «apostando por la pastillita». El psicoterapeuta ha recordado que en la última convocatoria de Psicólogos Internos Residentes sólo se han ofertado 129 plazas. «Si queremos mejorar la salud mental en nuestra sociedad, no podemos hacerlo solamente a base de química», ha aseverado.
«El factor humano debe estar presente» y estas plazas para psicólogos en un país de más de cuarenta millones de habitantes son un número «muy escaso», ha dicho Ros ha informado de que a los europeos les cuesta cada año 19.000 millones de euros hacer frente a sus problemas de ansiedad y depresión con medicación.
Teniendo en cuenta que la Sanidad española cubre más del 85 por ciento del gasto en tranquilizantes, se ha preguntado si «realmente es económica y eficaz la medida de tratar esta enfermedad con medicación y mantenerla en el tiempo, en lugar de curarla con un mes de tratamiento psicológico».
http://www.eldiariomontanes.es/20090104/sociedad/destacados/expertos-contrarios-abuso-pastillita-20090104.html

Los antidepresivos de nueva generación, conocidos como inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) se asocian con un mayor riesgo cuando se comparan con los antidepresivos tricíclicos (ATC), según un estudio publicado British Medical Journal. Sus autores afirman que los riesgos y beneficios de diferentes antidepresivos se deben evaluar cuidadosamente a la hora de prescribir estos medicamentos a las personas mayores.

La depresión es una enfermedad común en las personas mayores, y los antidepresivos - particularmente los ISRS - se utilizan ampliamente. Sin embargo, se sabe muy poco acerca de su seguridad en las personas mayores. Por eso, un equipo de investigadores de las Universidades de Nottingham y East Anglia (Gran Bretaña) ha analizado la asociación entre el tratamiento con antidepresivos y el riesgo de una serie de eventos potencialmente mortales en personas mayores.

Así, identificaron 60.746 pacientes en el Reino Unido mayores de 65 años con un episodio recién diagnosticado de depresión entre 1996 y 2007. Muchos pacientes tenían otras enfermedades, como enfermedad cardíaca y diabetes, y consumían varios medicamentos.

Los pacientes fueron seguidos hasta finales de 2008. Durante este tiempo, 54.038 (89%) recibieron al menos una prescripción de un antidepresivo: 55% de las prescripciones fueron para los ISRS, el 32% para los ATC, el 0,2% de los inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO), y el 13,5% de otros antidepresivos.

Efectos adversos

El uso de antidepresivos se analizó en relación a diversos efectos adversos: muerte por cualquier causa, intento de suicidio o autolesiones, ataque al corazón, derrame cerebral, caídas, fracturas, epilepsia o convulsiones, e hiponatremia (altos niveles de sal en la sangre).

Después de ajustar los factores que podrían afectar a los resultados, incluyendo edad, sexo, gravedad de la depresión, otras enfermedades y el uso de otros medicamentos, el equipo encontró que los ISRS se asociaban con un aumento del riesgo en algunos eventos adversos en comparación con los tricíclicos. Así, los ISRS se relacionaban con un mayor riesgo de mortalidad por cualquier causa, accidente cerebrovascular, caídas, fracturas, epilepsia o convulsiones, y la hiponatremia.

Dosis más bajas

Los autores matizan que los tricíclicos se prescriben en dosis más bajas que los ISRS y que otros medicamentos antidepresivos algo que, afirman, que «podría explicar en parte nuestros resultados». También advierten que las diferencias entre los pacientes con prescripción de los diferentes fármacos antidepresivos pueden explicar algunas de las asociaciones observadas en el estudio y sugieren que se necesitan más investigaciones para confirmar estos hallazgos. Aun así, concluyen que los riesgos y beneficios de diferentes antidepresivos se debe evaluar cuidadosamente la hora de prescribir estos medicamentos a las personas mayores.
nota

La información médica ofrecida en esta web se ofrece solamente con carácter formativo y educativo, y no pretende sustituir las opiniones, consejos y recomendaciones de un profesional sanitario.

Las decisiones relativas a la salud deben ser tomadas por un profesional sanitario, considerando las características únicas del paciente.
http://www.abc.es/salud/noticias/antidepresivos-nuevos-necesariamente-seguros-9861.html
CIENCIA
Farmacia sin enfermos
Por Jorge Alcalde

Copago, gasto sanitario, competencias autonómicas de salud, quiebra del sistema, factura farmacéutica... Palabras que forman parte de la actualidad casi diaria y nos enfrentan a la compleja situación en la que se encuentra la gestión de nuestra salud. Somos muchos, cada vez más sanos, cada vez más longevos. Y queremos seguir siéndolo. ¿Podemos?


Un reciente informe de la Sociedad Murciana de Medicina de Familia y Comunitaria ha alertado: "no deben seguir financiándose fármacos con poca efectividad terapéutica". Y es que cada año, según esta entidad, son aprobados o incluidos en la financiación del sistema sanitario nuevos medicamentos que no aportan grandes ventajas sobre los ya existentes. Estos fármacos sin valor añadido sólo sirven para engordar la factura farmacéutica. Así que estaría bien que se reajustaran los criterios de subvención y se basaran más en la relevancia, efectividad, seguridad y eficiencia de los productos. El dato es estremecedor: según este organismo, de 144 medicamentos analizados entre 200 y 2011, el 78 por 100 no suponía un avance terapéutico evidente.

Un repaso a las definiciones más habituales del término enfermedad nos da una idea de hasta qué punto puede ser difuso y escurridizo el trabajo de definir la idoneidad de una terapia. El Oxford Texbook of Medicine directamente no intenta definir el término. El Chambers Dictionary lo expresa como "estado insano del cuerpo o de la mente; desorden, malestar o sufrimiento con síntomas y causas distintivas". Nuestro Diccionario de la Lengua Española prefiere hablar de "alteración más o menos grave de la salud".

El problema afecta incluso a la propia Organización Mundial de la Salud que, en lugar de definir la enfermedad, define la salud como "estado de completo bienestar físico, psicológico y social". Sin embargo, la definición es suficientemente difusa como para que algunos comentaristas, como el escritor y cirujano Imre Loeffler se burlen de ella: "Ese estado sólo se produce durante la experiencia de un orgasmo simultáneo con tu pareja... por lo que la mayoría de los mortales seríamos enfermos".

No cabe duda de que saber exactamente cómo etiquetar la enfermedad tiene sus beneficios. Desde muy pequeños descubrimos que decir que nos duele la cabeza nos aporta una dosis extra de atención y cariño. Pero en el mundo medicalizado en el que vivimos, la enfermedad es una fuente decisiones, subsidios, bajas laborales, privilegios, servicios que mueve ingentes recursos cada día... Aunque no sepamos definirla.

Al mismo tiempo, el diagnóstico puede tener consecuencias perniciosas: puede privarnos del acceso a un deporte, de la concesión de un seguro o un crédito, de acudir en igualdad de condiciones a una oferta de empleo. Algunas enfermedades acarrean un grado de exposición social terrible: quienes la padecen dejan de ser ciudadanos con nombre y apellidos para convertirse en un esquizofrénico, un enfermo infeccioso, un leproso... El estigma del mal pude traer peores consecuencias que el propio mal.

El problema surge cuando conocemos que al año se gastan en el mundo 40.000 millones de euros en medicinas que no sirven para curar nada. Son los llamados fármacos para no enfermos que pueblan las estanterías de las farmacias: remedios contra el acné, las arrugas, la flaccidez, la calvicie, el estado de ánimo decaído, la pérdida de brillo del pelo, la falta de tersura de la piel de los talones... No curan ninguna enfermedad, sirven para que satisfagamos necesidades estéticas o anímicas que no están contempladas como patologías, pero se han convertido en imprescindibles.

En principio, no parece nada raro que una persona desee estar mejor que bien, que quiera deshacerse de esas pequeñas imperfecciones físicas, fisiológicas o anímicas que le incomodan. Olvidado el tifus, la peste y la muerte por ejecución, queremos simplemente borrar el acné del rostro, superar nuestra timidez, mejorar nuestro rendimiento sexual o disimular la falta de pelo. El problema surge cuando, según ha advertido el experto en Bioética Carl Elliott, "se empieza a medicalizar la conducta social", es decir, cuando deseos y necesidades que siempre han pertenecido al entorno de la socialización del individuo –como su capacidad de relacionarse con otros, su éxito laboral o sus relaciones amorosas– pasan a ser resueltas en la farmacia de guardia.

Se estima que el mercado de tratamientos contra la impotencia, el tabaquismo y las arrugas crece entre un 10 y un 30 por 100 anualmente. Les siguen los anticonceptivos, los antidepresivos y las terapias contra la alopecia. Muchos de estos fármacos están avalados por estudios que confirman su eficacia en determinados casos, como el uso de sildenafilo contra la disfunción eréctil. Pero algunos especialistas temen que el exceso de frivolidad a la hora de presentar sus resultados publicitariamente produzca un efecto indeseado: el usuario puede perder confianza en el médico o el farmacéutico que los prescriben.

Porque todos tendemos a confiar en que los doctores serán capaces de determinar nuestro estado de salud, el tipo de enfermedades que padecemos y el grado en que éstas nos afectan. ¿Pero qué pasaría si fueran ellos los que se fiaran del modo en que sus pacientes perciben su propia salud? Amartya Sen, del Trinity College de Londres, ha hecho la prueba. Su reciente estudio sobre la percepción pública de la salud arroja sorprendentes resultados. El más llamativo: cuanto más dinero dedica una sociedad a su cuidado médico, más tienden sus ciudadanos a pensar que están enfermos. Sen realizó diversas comparaciones estadísticas sobre el grado de morbilidad sugerida por los pacientes en las consultas de varios países, es decir, la cantidad de veces que éstos acuden al médico para informarles de que están seguros de padecer algún mal. Descubrió que países como Estados Unidos, donde el gasto sanitario es desorbitado y las tasas de longevidad están entre las más altas del mundo, también lideran el ranking de morbilidad sugerida. Sin embargo, en los estados más pobres de India, con tasas altísimas de mortalidad y una educación sanitaria paupérrima, los ciudadanos se consideran a sí mismos sanos.

Por eso es tan importante que los criterios para curar se revisen con la ciencia en la mano
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